Égloga a Manuel José Othón en su "Idilio Salvaje".
-I- .
Si a sus polluelos alimenta el
buitre
mientras devora a la paloma albina;
si el cacto brota del mordaz salitre
y revienta su flor sobre la espina;
no comprendo haya quien se recalcitre
a entender el dolor de la alcalina
"Comarca" mía que la aridez domina.
Un glorioso dolor quiero a voz viva cantar.
Que loen los lotos, de emociones, rotos,
un himno a "la sabana pensativa...";
y que lo entonen los cañaverales,
la jungla y los canarios
haciendo honor a los septentrionales
páramos solitarios.
La gloria del dolor, a grito abierto
quiero trovar; los picos
corvos de los pericos
repetirán el himno del desierto
con la espesura convertida en coro
que sin pecar de ingrata
honrará al llano de zarzales
de oro y espejismos de plata.
Quiero esa gloria, en la florida sierra
cantarle al verde pino
para que, del espino,
conozca los martirios en mi tierra
y descubrir al Sur y al Mar Caribe
el fruto en la biznaga
que sólo en áridas arena vive
sangrando, en flor, la llaga.
mientras devora a la paloma albina;
si el cacto brota del mordaz salitre
y revienta su flor sobre la espina;
no comprendo haya quien se recalcitre
a entender el dolor de la alcalina
"Comarca" mía que la aridez domina.
Un glorioso dolor quiero a voz viva cantar.
Que loen los lotos, de emociones, rotos,
un himno a "la sabana pensativa...";
y que lo entonen los cañaverales,
la jungla y los canarios
haciendo honor a los septentrionales
páramos solitarios.
La gloria del dolor, a grito abierto
quiero trovar; los picos
corvos de los pericos
repetirán el himno del desierto
con la espesura convertida en coro
que sin pecar de ingrata
honrará al llano de zarzales
de oro y espejismos de plata.
Quiero esa gloria, en la florida sierra
cantarle al verde pino
para que, del espino,
conozca los martirios en mi tierra
y descubrir al Sur y al Mar Caribe
el fruto en la biznaga
que sólo en áridas arena vive
sangrando, en flor, la llaga.
Que toda superficie aderezada
por la mano de Dios llore el olvido
de mi erial, y plaña, en su balad
la gloria de un dolor incomprendido
-II-
La indolente alegría de las florestas,
el ric-rac de los grillos satisfechos,
la jungla, las praderas y aquestas
peñas cubiertas de humedad y helechos
forman triste contraste, son opuestas
al garambullo y al nopal maltrechos
y a aquella soledad... de los barbechos.
Yo que vengo de áridas montañas
y desiertos lunares
admiro lo prolijo de las cañas
y de los platanares.
Comparo la escasez de los mezquites
y enjutas lechuguillas
con las pingües semillas
que truecan en festín vuestros convites.
Admiro, de las selvas, la maleza,
que derriba el segur
y la verde y feraz naturaleza
de estas tierras del Sur.
Confronto vuestras fértiles cañadas
con el mármol caliente
de la roca inclemente
que no sabe de arroyos ni cascadas,
pero sí de miradas transparentes,
llanas, horizontales,
que escrutan el confín bajo
sus frentes sudantes: ¡pedernales!
por la mano de Dios llore el olvido
de mi erial, y plaña, en su balad
la gloria de un dolor incomprendido
-II-
La indolente alegría de las florestas,
el ric-rac de los grillos satisfechos,
la jungla, las praderas y aquestas
peñas cubiertas de humedad y helechos
forman triste contraste, son opuestas
al garambullo y al nopal maltrechos
y a aquella soledad... de los barbechos.
Yo que vengo de áridas montañas
y desiertos lunares
admiro lo prolijo de las cañas
y de los platanares.
Comparo la escasez de los mezquites
y enjutas lechuguillas
con las pingües semillas
que truecan en festín vuestros convites.
Admiro, de las selvas, la maleza,
que derriba el segur
y la verde y feraz naturaleza
de estas tierras del Sur.
Confronto vuestras fértiles cañadas
con el mármol caliente
de la roca inclemente
que no sabe de arroyos ni cascadas,
pero sí de miradas transparentes,
llanas, horizontales,
que escrutan el confín bajo
sus frentes sudantes: ¡pedernales!
Que escudriñan al Sol, con
"chispa" grave, la infinita planicie,
-desnuda superficie-
por donde cruza solitaria el ave.
"chispa" grave, la infinita planicie,
-desnuda superficie-
por donde cruza solitaria el ave.
La gloria del dolor,
¡meridionales!,
un potosino se encontró en mi estepa,
de ella prendóse y, al sentar sus reales,
surgió del yermo la inspirada cepa:
-III-
(ENVÍO)
Ha más de cincuenta años,
las arenas de la “Región del Nazas”
-inclemente-
sintieron comprendidas sus condenas:
“...asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas
como clavos que se hunden
lentamente...”
un potosino se encontró en mi estepa,
de ella prendóse y, al sentar sus reales,
surgió del yermo la inspirada cepa:
-III-
(ENVÍO)
Ha más de cincuenta años,
las arenas de la “Región del Nazas”
-inclemente-
sintieron comprendidas sus condenas:
“...asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas
como clavos que se hunden
lentamente...”
¡Era el Othón! Del canto
diferente
de la amargura en la
región de lava
que veía sus querubes
incendiarse en las nubes
“tras la su cabellera de
india brava.”
¡El gran poeta! de la
imagen térrea
del “Idilio Salvaje”,
el Othón que sangraba
con la férrea
expresión del paisaje;
el de un remordimiento
que dolía
al pensar en su “envío”.
¡Bien llegó a lo baldío!
viniendo del dolor como
venía...
Y allá buscó, en mi
paraje escueto
el solitario, enfermo
ruiseñor que le inspiró
el soneto
eterno sobre el yermo.
Y el éter lagunero, los
suspiros
que lanzó hacia el
ocaso,
recogió del eriazo,
y, apasionado, los
trocó en zafiros
que se extinguieron,
como aéreas cuitas
en un cielo que arde
fugados a las llamas
infinitas
del trance de la tarde.
Por ello, ¡hombres del
Sur!, la honda tilde,
La rúbrica doliente de
dos bardos
os pide en mi barreal
un ruego humilde:
Amor y comprensión
para “los cardos”:
-IV-
Amor y comprensión ¡para la
pena
del cardenchal! que gime en su
falsete
la gloria dolorosa de la
arena,
en quejas, que interpreta el
pinabete
-monarca triste de la faz
serena-,
con silentes sonidos, mil y
siete
veces más nidios que el del
clarinete.
La gloria, ¡tierra mía!, de
tu misterio
que resucita al agro
como yo surgiré en tu
cementerio
por Divino milagro
al pie de grises montes
empolvados
sin una mariposa
y en deprimente fosa
desprovista de céspedes
sagrados;
donde polvo seré con tu
caliche
devorador de penas
y zozobras, que convierte
en fetiche
las floraciones plenas
y el color de la flor y
el papagayo
porque el tiempo se escapa
al capricho del mapa
con la sonrisa del
“Marqués de Aguayo...”.
¡Ay tierra parda, arenosa,
mía! :
desnudo, sin mortaja,
quiero abrazar, después
de mi agonía,
tu arena, sin la caja;
y recibir tu fúnebre
palada
en la mirada muerta
encajada en la abierta
bóveda azul ¡por la
ansiedad ganada!
¡Y pensar que habrá quien
se recalcitre
a entender tu ternura
campesina...
si el cacto brota del
mordaz salitre
y revienta su flor sobre
la espina!
diferente
de la amargura en la
región de lava
que veía sus querubes
incendiarse en las nubes
“tras la su cabellera de
india brava.”
¡El gran poeta! de la
imagen térrea
del “Idilio Salvaje”,
el Othón que sangraba
con la férrea
expresión del paisaje;
el de un remordimiento
que dolía
al pensar en su “envío”.
¡Bien llegó a lo baldío!
viniendo del dolor como
venía...
Y allá buscó, en mi
paraje escueto
el solitario, enfermo
ruiseñor que le inspiró
el soneto
eterno sobre el yermo.
Y el éter lagunero, los
suspiros
que lanzó hacia el
ocaso,
recogió del eriazo,
y, apasionado, los
trocó en zafiros
que se extinguieron,
como aéreas cuitas
en un cielo que arde
fugados a las llamas
infinitas
del trance de la tarde.
Por ello, ¡hombres del
Sur!, la honda tilde,
La rúbrica doliente de
dos bardos
os pide en mi barreal
un ruego humilde:
Amor y comprensión
para “los cardos”:
-IV-
Amor y comprensión ¡para la
pena
del cardenchal! que gime en su
falsete
la gloria dolorosa de la
arena,
en quejas, que interpreta el
pinabete
-monarca triste de la faz
serena-,
con silentes sonidos, mil y
siete
veces más nidios que el del
clarinete.
La gloria, ¡tierra mía!, de
tu misterio
que resucita al agro
como yo surgiré en tu
cementerio
por Divino milagro
al pie de grises montes
empolvados
sin una mariposa
y en deprimente fosa
desprovista de céspedes
sagrados;
donde polvo seré con tu
caliche
devorador de penas
y zozobras, que convierte
en fetiche
las floraciones plenas
y el color de la flor y
el papagayo
porque el tiempo se escapa
al capricho del mapa
con la sonrisa del
“Marqués de Aguayo...”.
¡Ay tierra parda, arenosa,
mía! :
desnudo, sin mortaja,
quiero abrazar, después
de mi agonía,
tu arena, sin la caja;
y recibir tu fúnebre
palada
en la mirada muerta
encajada en la abierta
bóveda azul ¡por la
ansiedad ganada!
¡Y pensar que habrá quien
se recalcitre
a entender tu ternura
campesina...
si el cacto brota del
mordaz salitre
y revienta su flor sobre
la espina!
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